"Se ocupó de educar a los jóvenes para que conocieran a Jesús, enseñándoles a dar gracias al Señor tanto en sus alegrías como en sus pruebas"
San Gaspar Bertoni (1777-1853)
Gaspar nació y creció en Verona. Su juventud estuvo marcada por algunos hechos dolorosos. Entre estos, la muerte de su hermana pequeña Matilde, que ocurrió cuando el santo tenía tan solo nueve años, y la separación de los padres en 1800, el mismo año de su ordenación sacerdotal. En esos años también presenció la invasión de la ciudad por las tropas de Napoleón en 1796. Verona se convirtió en el escenario de la confrontación entre franceses y austriacos y, en menos de cinco años (1801-1805), quedó dividida en dos partes por los combatientes. Durante este período, el joven clérigo se distinguió por ayudar a los enfermos y heridos de guerra a la vez que les enseñaba el Catecismo.
Don Gaspar pronto se convirtió en un punto de referencia para los jóvenes veroneses, a los que trataba de sacar de sus heridas, provocadas por la guerra, a través de una auténtica formación cristiana. En 1802, en la parroquia de San Pablo, fundó su primer oratorio, que encomendó bajo la protección de la Virgen, llamándolo la “Cohorte mariana”. En el oratorio unía la alegría a la transmisión de un sentido profundo de lo sagrado, instruyendo a los niños sobre las verdades de la fe, enseñándoles el inmenso valor de la Misa e introduciéndoles al mundo del trabajo. Él mismo deambulaba con sus jóvenes entre los talleres de los artesanos para que les tomaran como aprendices. Creó nuevos oratorios siguiendo este mismo modelo, aun pasando por muchas dificultades, debido a los decretos napoleónicos sobre la prohibición y represión de las compañías y las órdenes religiosas.
En 1808 se le confió la dirección espiritual de las Hijas de la Caridad, después de muchos esfuerzos y gracias a la tenacidad de una de sus nobles conciudadanas, Santa Magdalena de Canossa (1774-1835). Dos años después, el obispo lo llamó para guiar espiritualmente a los estudiantes del seminario. El santo acompañó a los seminaristas uno por uno y se dedicó a reestablecer sus almas con la oración y la penitencia, ya que muchas de ellas habían sido corrompidas por el ambiente revolucionario y de la Ilustración. Un coetáneo, constatando los frutos de Don Gaspar después de cinco años como acompañante en el seminario, comentó: “El seminario es un monasterio de monjes en lugar de jóvenes clérigos”. Gaspar, como verdadero padre, si veía que había clérigos atraídos por el mundo, no dudaba en alejarles del seminario. Además, enseñó a todos a confiar en los designios divinos. Escribió: “Un hombre de oración no hace más que dirigirse hacia las cosas según el orden que el Señor dispone con su Providencia”.
Después de la caída de Napoleón, reanudó con todas sus fuerzas la actividad de los oratorios marianos. En 1816, en la Iglesia de los Estigmas de San Francisco, fundó también una congregación de “Misioneros Apostólicos” que estaban al servicio directo de los obispos (in obsequium Episcoporum), más tarde llamados Congregación de los Santos Estigmas. Euntes, docete in diocesi et mundo, “Ve y enseña en la diócesis y en el mundo”, fue el lema con el que exhortó a sus discípulos a proclamar a Cristo, al que también imitó aceptando los sufrimientos. La enfermedad lo obligó a permanecer en cama durante los últimos diez años de su vida, pero no dejó de guiar a las almas: sacerdotes, obispos, personas sencillas y nobles que iban a verle para solicitar todo tipo de consejos. Entre otros lo visitaron el beato Antonio Rosmini, la sierva de Dios Teodora Campostrini y un joven san Daniel Comboni, a quien dijo: “No se conceden miramientos a quien se ha revestido de Cristo crucificado”. Por lo tanto, san Gaspar, engrandecido por sus dones místicos, deseaba santificarse hasta el final ofreciendo sus dolores por la conversión de los pecadores, como lo revelan sus últimas palabras terrenales: “Necesito sufrir”.
"Se ocupó de educar a los jóvenes para que conocieran a Jesús, enseñándoles a dar gracias al Señor tanto en sus alegrías como en sus pruebas"
San Gaspar Bertoni (1777-1853)
Gaspar nació y creció en Verona. Su juventud estuvo marcada por algunos hechos dolorosos. Entre estos, la muerte de su hermana pequeña Matilde, que ocurrió cuando el santo tenía tan solo nueve años, y la separación de los padres en 1800, el mismo año de su ordenación sacerdotal. En esos años también presenció la invasión de la ciudad por las tropas de Napoleón en 1796. Verona se convirtió en el escenario de la confrontación entre franceses y austriacos y, en menos de cinco años (1801-1805), quedó dividida en dos partes por los combatientes. Durante este período, el joven clérigo se distinguió por ayudar a los enfermos y heridos de guerra a la vez que les enseñaba el Catecismo.
Don Gaspar pronto se convirtió en un punto de referencia para los jóvenes veroneses, a los que trataba de sacar de sus heridas, provocadas por la guerra, a través de una auténtica formación cristiana. En 1802, en la parroquia de San Pablo, fundó su primer oratorio, que encomendó bajo la protección de la Virgen, llamándolo la “Cohorte mariana”. En el oratorio unía la alegría a la transmisión de un sentido profundo de lo sagrado, instruyendo a los niños sobre las verdades de la fe, enseñándoles el inmenso valor de la Misa e introduciéndoles al mundo del trabajo. Él mismo deambulaba con sus jóvenes entre los talleres de los artesanos para que les tomaran como aprendices. Creó nuevos oratorios siguiendo este mismo modelo, aun pasando por muchas dificultades, debido a los decretos napoleónicos sobre la prohibición y represión de las compañías y las órdenes religiosas.
En 1808 se le confió la dirección espiritual de las Hijas de la Caridad, después de muchos esfuerzos y gracias a la tenacidad de una de sus nobles conciudadanas, Santa Magdalena de Canossa (1774-1835). Dos años después, el obispo lo llamó para guiar espiritualmente a los estudiantes del seminario. El santo acompañó a los seminaristas uno por uno y se dedicó a reestablecer sus almas con la oración y la penitencia, ya que muchas de ellas habían sido corrompidas por el ambiente revolucionario y de la Ilustración. Un coetáneo, constatando los frutos de Don Gaspar después de cinco años como acompañante en el seminario, comentó: “El seminario es un monasterio de monjes en lugar de jóvenes clérigos”. Gaspar, como verdadero padre, si veía que había clérigos atraídos por el mundo, no dudaba en alejarles del seminario. Además, enseñó a todos a confiar en los designios divinos. Escribió: “Un hombre de oración no hace más que dirigirse hacia las cosas según el orden que el Señor dispone con su Providencia”.
Después de la caída de Napoleón, reanudó con todas sus fuerzas la actividad de los oratorios marianos. En 1816, en la Iglesia de los Estigmas de San Francisco, fundó también una congregación de “Misioneros Apostólicos” que estaban al servicio directo de los obispos (in obsequium Episcoporum), más tarde llamados Congregación de los Santos Estigmas. Euntes, docete in diocesi et mundo, “Ve y enseña en la diócesis y en el mundo”, fue el lema con el que exhortó a sus discípulos a proclamar a Cristo, al que también imitó aceptando los sufrimientos. La enfermedad lo obligó a permanecer en cama durante los últimos diez años de su vida, pero no dejó de guiar a las almas: sacerdotes, obispos, personas sencillas y nobles que iban a verle para solicitar todo tipo de consejos. Entre otros lo visitaron el beato Antonio Rosmini, la sierva de Dios Teodora Campostrini y un joven san Daniel Comboni, a quien dijo: “No se conceden miramientos a quien se ha revestido de Cristo crucificado”. Por lo tanto, san Gaspar, engrandecido por sus dones místicos, deseaba santificarse hasta el final ofreciendo sus dolores por la conversión de los pecadores, como lo revelan sus últimas palabras terrenales: “Necesito sufrir”.